sábado, 16 de febrero de 2008

"LA CIUDAD CULPABLE DE UN INOCENTE" acerca de "La Ciudad de los Culpables" de Rafael Inocente





X Carlos Rengifo

El trajinado escritor Oswaldo Reynoso se quejaba en varias oportunidades de no encontrar a alguien que escribiera sobre la Lima actual, y de modo específico, sobre la zona de los conos, aquella parte variopinta que es habitada, en general, por gente migrante que vive con esfuerzo y terquedad mirando hacia el futuro. Los textos que había leído hasta entonces, de jóvenes escritores henchidos de ínfulas egotistas, le resultaban por decir lo menos algo fresas, ya que no veía reflejado en ellos esa Lima andinizada, provincial, colorida y mestiza que es nuestra capital de ahora. Pues bien, con La ciudad de los culpables de Rafael Inocente, el anhelo de este siempre aludido escritor de peso se ve colmado. La novela no solo posee una fuerza que arrastra hacia una lectura sin concesiones, sino que pinta un cuadro sobrio de personajes coneros, con todas sus penurias, vicios sociales y singularidades acarreadas por vivir en una ciudad enferma, llena de contrastes, castradora, sucia, racista. Allí donde pocos quieren meterse, hacen ascos y tratan de soslayar, se mete Inocente; allí donde los escollos de la pobreza, las esteras, los cuartos pigmeos, la falta de agua, la rabia, la frustración, son el pan de cada día, Rafael Inocente ingresa como en su casa, se regodea con esas miserias cotidianas y escupe con valentía las voces que lo habitan, masculinas y femeninas, valiéndose de un arma que nunca falla: la energía y vitalidad de un narrador de fuste que dice las cosas sin remilgos, sin eufemismos ni amaneramientos, y cuyo resultado, aunque espolvoreado por ciertos baches, es menester resaltar.
Comparándolas con otras novelas publicadas en los últimos tiempos, podría decirse que esta novela, para expresarnos de un modo coloquial, ha sido escrita con huevos (y conociendo personalmente al autor, no sé de dónde los habrá sacado), pues tanto la temática como el tratamiento del hilo narrativo no temen la verdad de lo que ahí enuncian, y más bien tratan de provocar una reacción —de adherencia o de rechazo— del avispado o lerdo lector para con los protagonistas. Son historias paralelas, historias de vida de jóvenes anclados en una ciudad que los irrita o los abruma, que los vuelve partícipes de situaciones adversas, solitarias y hasta bajas, en las que la conciencia, el remordimiento, los quizá, los tal vez, se enmarañan con los ideales auténticos para un fin de reivindicación.
Como no ocurre con muchas obras, antes de ser publicada, ya esta novela había sido saludada con buen gesto por Miguel Gutiérrez en su libro de ensayos El pacto con el diablo, y leyéndola ahora por segunda vez, tengo que admitir que el maestro tiene razón. Sin llegar necesariamente a la excelencia, puesto que en algunas partes el trabajo se torna flojo y un tanto descuidado, La ciudad de los culpables es una buena bofetada literaria, por su entereza, por su fuerza expresiva, como para remover las flojas paredes del delicado y estético edificio escritural de los que se están tirando a la piscina últimamente a veces sin saber bracear.

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