sábado, 23 de agosto de 2008

EL PERRO DEL HOMBRE



(Para desestresarse y entrar en relajación)

No. No voy a hablar aquí de “Colmillo Blanco” (de Jack London), ni de lazy (la ¿perra o perro? convertido en estrella de televisión) , Rintintín, “el perro maravilla”, Layca, la primera perra en ir al espacio en el “Sputnik 2”, o Pluto ese perro tonto de Disney. Me interesa hablar del perro chusco, el “desrazado”, ese que sale a la calle y busca su comida en la basura y se aparea al aire libre sin mayores problemas, al que se le ve casi siempre en “buena salud” con unas cuantas pulgas y un pelaje sucio, pero libre al fin y al cabo. He sido testigo de excepción en peleas de perros donde el canino chusco se ha llevado de encuentro a un “pastor alemán”, mucho más grande y fornido, o a un pitbull, mejor dotado maxilarmente para las pelas; ¿podemos llamarle maña a esto?, o quizás instinto de conservación o aprendizaje acelerado y forzado por sus mismas vivencias. No lo sé.
Quizás muchos se estén preguntando qué diablos hace Ybarra preocupándose por los perros (qué pasó, ¿se volvió amigo de los animales?). Resulta que hace un tiempo tuve una conversa literaria en torno a ellos, fue con Carlos Carnero (“La Razón de los Efectos”), poeta de cuño y descendiente y consanguíneo de una estirpe de escritores (Carnero Hocke, Carnero Roqué, Violeta Carnero, Rosina Valcárcel Carnero, etc.), quien concordó conmigo en eso de que los perros callejeros por algún tipo de cercanía con el hombre, convivencias centenarias o pura imitación habían “aprendido” ciertas normas y reglas de urbanidad. Quizás los estudiosos no se hayan dado cuenta de que existe desde hace un tiempo “el perro chusco urbano”, el perro que se desenvuelve a la perfección en una ciudad de millones de habitantes, laberíntica, miles de autos, miles de bicicletas y, por supuesto, miles de peligros, aunque no directamente predadores (quisiera apuntar aquí, como un alcance, que el atropellamiento a un perro legalmente se denomina choque, punible si el perro tiene dueño, pero si no, entonces ahí nomás quedan las cosas).
Por ejemplo: hay perros chuscos que caminan en la vereda, observan los semáforos cruzan en luz verde y se detienen en la roja, y en situaciones de apuro saben eludir a los carros con la precisión exacta para no ser atropellados. Hace un tiempo me sorprendí cuando en un documental sobre La Parada de Lima –tierra de nadie y del lúmpen proletariado limensi), se mostraba cómo una gavilla de delincuentes usaban a perros chuscos para coactar y reducir a sus víctimas, así se mostraban a perros furiosos que sostenían a sus víctimas de los pantalones o de la manga de la chompa, mientras los indeseables bolsiqueaban a los incautos. Incluso había perros que por propia iniciativa arranchaban bolsas de los transeúntes. La clara antítesis del perro policía, o sea: el perro ladrón, el perro choro, ni vuelta que darle.
Hace unos años cuando vivía sólo en “Los Cedros de Villa” por motivos que ya he detallado en otro artículo, apareció en la puerta de mi casa un perro sucio que arañaba el portón de madera como si fuera su vivienda; era invierno, llovía y la brisa del mar chorrillano empapaba con un velo acuífero todo el ambiente, la verdad que me dio cierto sentimiento de conmiseración (de la que renegaba Shopenhauer) y le saqué una caja de madera con una cubierta de tela, le alcancé también un poco de comida y cerré la puerta. No lo volví a escuchar durante toda la noche. Al día siguiente cuando amaneció, me levanté muy de temprano y me acerqué a revisar si había amanecido bien y, para mi sorpresa, sólo encontré la caja vacía; la tela, un mantel de mesa, había sido víctima de algún reciclador. Bueno, dije, y me dirigí a la biblioteca a terminar un ensayo sobre Heidegger. En la noche de ese día y a la misma hora en que apareció la noche anterior, el perro volvió a rasgar la puerta, el único detalle de diferencia es que esta vez aullaba frenéticamente. Dejé a Heidegger con su “Ser y el Tiempo” y me dirigí presuroso a abrir el portón. Ahí estaba el perro chusco meneando la cola y moviéndose de un costado a otro como si se alegrara de verme. No sé si fingía o estaba aplicando conmigo algún tipo de psicología protohumana del convencimiento. No me quedó más que dejarlo pasar, darle de comer y hacerle un espacio en el jardín. Después de darle algo de mi ración diaria y observarlo un rato, lo dejé acurrucado en un rincón y me fui a terminar lo que estaba haciendo. El perro se quedó quieto. Al día siguiente, muy de temprano empezó a aullar y rasgaba la puerta insistentemente para que lo dejara salir. Me acerque a donde él estaba y después de verlo dar volteretas y ladrar unas cuantas veces, decidí que lo mejor era abrirle la puerta y dejarlo salir que es lo que él quería. No está demás anotar que en la noche regresó otra vez, y, así sucesivamente durante todo un mes, hasta que me decidí ponerle un nombre y como había llegado a fines de mayo, para no hacerme más complicaciones le puse “Mayo”. Poco a poco se convirtió en mi único acompañante, en cierta forma era “mi” mascota, teníamos una relación de cierta “necesidad”: yo, compañía; y él, casa y comida. Alguna vez regresaba magullado o mordido por otros perros y yo curaba sus magulladuras, eran tiempos en los que decidía quedarse en casa, e incluso miraba televisión y escuchaba música, no sé si todo eso le producía algún placer, pero prestaba mucha atención a las imágenes de la pantalla y de vez en cuando emitía algún ladrido, sobre todo en las partes emocionantes; por ejemplo en la película “La Guerra y la Paz” (Tolstoy) con Audrey Hepburn, en esa imagen sufriente de la avanzada napoleónica en pleno Siberia, le hacía aullar; o en “El Día que Paralizaron La Tierra”, en la escena cuando el mundo entra en caos y confusión por la falta de electricidad ocasionada por un extraterrestre, Mayo se mostraba ansioso, ladraba frenéticamente, se movía de un lado a otro sin quitar su vista del televisor ¿Coincidencias? No lo creo. Por un momento me imaginé que este perro podría soñar, o con un poco de esfuerzo “hablar” o comunicarse de forma más específica como el perro de “Niebla” de Unamuno. Fue entonces que me decidí buscar mayor información sobre los perros y su relación con una inteligencia más allá de las domesticaciones. En internet encontré varios ensayos bastante técnicos. Leí un trabajo bastante completo de una veterinaria que concluía en que el perro chusco era el más puro de todos porque el hombre no había manipulado ninguno de sus cruces y se había dado en la libertad y en total sistema aleatorio. Ergo, el perro chusco era –siempre lo fue- un perro de raza, de raza pura.
Recuerdo que una tarde ansioso por terminar uno de mis textos narrativos salí en auto hacia Barranco a comprar algo de beber, caminando por la avenida Bolognesi me encontré, cara con hocico, con “Mayo” quien venía campante por la calle “Pasos”, al reconocerme se me acercó, dio varias vueltas a mi alrededor y ladró como reclamando mi “equívoca presencia”. Lo subí al auto y lo traje por todo Huaylas, La Curva, Tranquera, La Encantada, etc., Mayo iba mirando por la ventana disfrutando el movimiento constante.
Sé que Nietszche tenía un pastor alemán al que llamaba “hombre”. No sé cual habrá sido su relación con los perros. Varios amigos escritores también tienen perros en sus casas, algunos son grandes, otros pequeños; unos de raza y otros no tan “finos”. Conozco a un escritor que tiene un perro peruano (mal llamado perro chino, aunque lo mejor seria perro Chimú), esos que tienen aspecto de murciélago, declarado hace poco “patrimonio cultural”, por eso todos los museos del Perú están “obligados” a tener un “perro peruano” vivo en sus instalaciones. Este escritor y su esposa habían aceptado al malaspectoso canino en su propio lecho matrimonial. Cuestiones de costumbre y “tolerancia”. Conozco a un casero que le ha puesto su mismo apellido al perro: Sayán, de tal forma que cuando mencionas el nombre los dos voltean.
No pertenezco a ninguna asociación de ayuda a los animales. De niño tuve un perro que murió atropellado (debo decir acaso “chocado” por un auto). Escribo este artículo por cuestiones catárticas y, quizás, por alguna cuestión de mancias: Mayo apareció en mayo y desapareció en mayo del año siguiente. Busqué su cadáver por los alrededores, revisé las playas y los lugares donde solía estar. En barranco, como hacen muchas personas, puse unos cartelitos con una jugosa recompensa. Avisé a varios amigos para que me ayuden a buscar e incluso fui a la perrera municipal, un local mugroso como el que describe Vargas Llosa en “Conversaciones en la Catedral”, hasta por un momento me aluciné Zavalita buscando a Batuque, Batuquito.
Dicen que en China se comen a los perros (y también a las ratas igual que en el Perú no oficial. Leer "Montacerdos" de Cromwell Jara). En el antiguo Egipto se les adoraba y hasta se les convertía en divinidad (abundaban dioses cinocéfalos de variadas formas). Hace poco un congresista mató a un perro de un balazo y se ganó las injurias de todo el mundo. Quizás después de todo, el perro no sobreviva a la próxima glaciación y quizás se extinga con una parte de la población mundial. Mis razones, en este caso, no son muy científicas, sino más bien intuitivas, corazonadas, simplemente me parece que el perro se parece tanto al hombre que no podría soportar ninguna peste o calamidad que afecte a la humanidad en su conjunto.

En cuanto a Mayo, nunca apareció. Alguien me contó que, por estos días, lo vio (o creyó verlo, “era muy parecido”, su pelo, su hocico, su cola, etc.) aullando en la puerta de una casa donde alguien tecleaba una sonata sobre un piano de cola.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Buen trabajo fotográfico

RODOLFO YBARRA dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

A mí también me gustan los animales. Sobre todo... las perras.

Betito

Anónimo dijo...

Algo sobre gente:
Aunque tú me caigas realmente muy mal, no puedo evitar coincidir con este post.

Algo sobre perros:
Hace como unos 4 años, un noticiero de la mañana hacía un enlace en vivo con un reportero en cierta avenida que, por esos días, creo, llevaba un buen record de atropellados. El reportero (y el camarógrafo) estaba ahí para observar a la gente cruzar la pista sin utilizar el puente peatonal y luego entrevistarlos y hacerlos pasar vergüenza. Precisamente, mientras filmaban cómo la gente corría por la pista esquivando los autos, precisamente en ese momento, al fondo, se vio a un par de perros subir tranquilamente las escaleras, pasar por el puente y bajar muy serenos al otro lado. Y abajo, como dije, la gente corriendo peligro estúpidamente.

RODOLFO YBARRA dijo...

gracias por el comment...

Alexis dijo...

estoy leyendo este libro y es muy interesante, te lo recomiendo

http://www.tematika.com/articulo/detalleArticulo.jsp?idArticulo=450055

salutti desde argentina