martes, 3 de julio de 2012

"ROCK Y POLÍTICA: UNA VISIÓN DE LA ESCENA ROQUERA 'NACIONAL'", ENVÍO DE RAFAEL INOCENTE


Foto: banda subte TBC.

Exordio



Parafraseando fragmentos de un libro que he leído hace poco (Contra el sueño de los justos), un lugar repetitivamente común entre quienes pontifican de literatura es afirmar que verdad y mentira son conceptos exclusivamente estéticos, más allá del bien y del mal, mero artificio para un público ávido de divertimento y vacuidad. Algo similar sucede con el rock que, como manifestación musical, puede resumir en una canción de tres minutos toda una historia que bien podría ocupar cientos de hojas de una novela. Entonces, ¿rock y literatura mero artificio? ¿O merecemos algo más?

Rock and roll es un término marinero que aludía al vaivén de los barcos en altamar, locución que se traspasó a los cánticos de los esclavos negros de los algodonales a la vera del río Mississipi. Mestizado luego con elementos otras vertientes musicales (blues, gospel, jazz, country) origina lo que se conoce hoy como música rock.

Pues bien, en este artículo animaremos a pensar en la necesidad de una recepción ética de una manifestación cultural que por su propia génesis y energía inherente contiene todos los elementos de una música que no sólo admite diversión y relajo, si no que además permite sacudir la conciencia e interiorizar una realidad aplastante e injusta, animando a la resistencia y al cambio.



Rock y política

Podríamos considerar que existen dos corrientes contrapuestas:

1. Quienes opinan que la amalgama de rock y política sólo puede generar confusión y rechazo por parte del público. Añadiríamos, un público acostumbrado al reflejo pavloviano de estímulo/respuesta, condicionado perversamente por el mercado y las corporaciones discográficas, a quienes les interesa un pepino un público con conciencia política y pensante. Aquí conviene detenernos un momento, porque hay política y Política, politiquería burguesa y oportunista y Política como uno de los más supremos ejercicios de la conciencia humana. Así entendida la política, como politiquería burguesa, sólo produce asco y rechazo, porque es en sí misma un mero ejercicio comercial: veamos si no las últimas elecciones municipales y el panorama político peruano o mundial: tráfico de sentimientos patrióticos, tráfico de concesiones económicas, negociados bajo la mesa, venta de votos y beneficios, venta de ilusiones y sueños a un pueblo que no despierta del letargo neoliberal de casi veinte años, robo sin remordimientos al erario público, espionaje masivo del imperio mediante sus embajadas en el mundo.

Este manejo prostituido se traduce en manipulación y desorden emocional. ¿Qué tendría aquí que hacer el rock o un grupo de rock? La música tiene gran poder y capacidad de penetración en los sentimientos de la gente. Pero existen quienes piensan que el rock está por encima de los partidos, las instituciones y los grupos organizados. No tiene programa, líderes ni sectarismo. Por eso quizá hay músicos que detestan mezclar las ideas políticas en sus composiciones porque creen en un concepto universal de los acordes musicales y que política y rock son como líquidos inmiscibles: el agua y el aceite no se mezclan nunca, salvo por intermedio de una sustancia emulsificante. Pero, ¿cuánto de verdad hay en todo esto?

2. Están por otro lado quienes se afanan en mezclar el rock con la protesta, para expresar sus fines e intereses políticos. El rock particularmente es directo, provocativo y pertinaz. El rock es además una cultura que se asienta por derecho propio sobre las bases de la rebeldía, la tolerancia y el rechazo a la injusticia. En el Perú aquél tipo de rock estaría representado por las bandas de la llamada Movida Subterránea, aquél movimiento juvenil que surgió en Lima en el 1985 y duró hasta inicios de los 90(1992). Muchas de estas bandas fueron censuradas sistemáticamente y algunas otras fueron perseguidas social y judicialmente, incluso los integrantes de varias de ellas (caso de Seres Van y Semilla Nociva, por mencionar sólo dos) fueron muertos o encarcelados.

El uso de la política fusionada con la música es un derecho que los artistas han utilizado para expresar su desacuerdo y descontento con una sociedad o realidad injusta, como ejemplificaremos a continuación:

— En la Edad Media, los juglares, goliardos y otros artistas componían canciones cargadas de elementos políticos. Licenciosos pero rebeldes, cantaban proclamas muchas veces cáusticas, henchidas de odio y protesta. En ellas denunciaban la injusticia de los señores feudales, ejecutaban la crónica desesperada de la época, rebelándose contra las tiranías de los poderosos, a costa incluso de su propia vida.

— El mismo W.A. Mozart utilizó sus obras para mofarse de la Iglesia Católica. Se valió de numerosos recursos compositivos para mostrar los aspectos más truculentos de una sociedad sórdida, ejerciendo la crítica social de sus contemporáneos.

— Muchos más ejemplos: las canciones de la guerra civil española (Rolando Alarcón y otros), el mayo del 68 en París y sus trovadores contestatarios, la nueva canción chilena (Violeta Parra, Víctor Jara, Quilapayún, Patricio Mann) y últimamente los grupos que insurgieron en contra de las guerras sangrientas y genocidas de EU contra Afganistán e Irak, el rock radical vasco, el rock uruguayo, la movida argentina de rock urbano que denunció las atrocidades de los gobiernos militares, el actual hip hop palestino y muchos otros.



Los Beatles entran en escena

A principios de la década del 60, un grupo de jóvenes fanfarrones oriundos de Liverpool irrumpe en la escena musical. Los Beatles, con una estudiada apariencia inocente (Brian Epstein, un homosexual maníaco-depresivo, fue el arquitecto del radical cambio de imagen del grupo, los convirtió de una banda de matones de rocanrol en un apetecible deseo para quinceañeras hormonadas y Theodor Adorno —sociólogo, musicólogo y compositor alemán, filósofo de la Escuela de Frankfurt, apasionado además por el culto a Dionisos e Isis— fue el encargado de elaborar toda una teoría social del rock and roll, financiado por la Fundación Rockefeller allá por 19391), inauguran la música rock y electrónica moderna, penetrando en los hogares de todo el mundo. Si lo vemos en su justo contexto, esto no supuso el advenimiento de una rebelión de los jóvenes contra el viejo sistema. Más allá del talento musical y ciertas canciones primigenias de los Beatles, no se debería soslayar la influencia de la colosal ingeniería social que estuvo detrás de la entronización de este grupo de rock (al que seguirían bandas como Rolling Stones, Animals, The Who, etc) en el mundo.

A partir de aquello nada volvería a ser igual en el consumo de la música masiva. La industria de la música y del espectáculo (Soy una estrella del rock, estoy con la CBS, todo el día en la radio, cantaban los vascos de La Polla Records) y sus brazos armados, la radio y la televisión, pasarían a jugar un papel decisivo en el condicionamiento metódico y la manipulación de la conducta de las juventudes del orbe, mediante la abolición del libre albedrío, el fomento del consumo indiscriminado, la esclavitud aceptada mediante dosis regulares de felicidad químicamente inducida (drogas, diversión, trabajo y shopping) y la creencia en la democracia y la libertad (pero en un sentido liberal, vacío de contenido), mientras una oligarquía dirigente y una élite de mercenarios, soldados, policías, fabricantes de pensamientos y manipuladores de mentes dirigen el mundo como les place (Un mundo feliz, del biólogo británico y hierofante de la guerra del opio inglesa, Aldous Huxley, alumno a su vez de H.G. Wells, director de la Inteligencia británica durante la Primera Guerra Mundial, autor de El Nuevo Orden mundial y La Guerra de los Mundos). No es casual que el establecimiento en la postguerra de la lista de éxitos en la radio (Top 40, Billboard) se haya convertido en una de las mejores armas para el control mental (modas en ropa, peinado y uso del lenguaje, uso de drogas psicodélicas y psicotrópicas, concepción y estilo de vida) de una juventud de mente fragmentada y absorbida en una contracultura hedonista y sin rumbo.

Años más tarde (1968-1969, años de huelgas generales de estudiantes y trabajadores en EU y Europa, mayo del 68 en París, Tlatelolco en México) empezaron a utilizarse los grandes conciertos de rock al aire libre (el primer Festival Internacional de Pop de Monterrey en 1967 y el llamado Woodstock Music and Art Fair, en el cual se reunieron durante tres días, las veinticuatro horas de forma ininterrumpida, casi medio millón de jóvenes para escuchar música y someterse a un lavado de cerebro masivo, repletos de drogas tan peligrosas como la dimetoxipleniletilamina, el dextrometorfano, la dimetiltriptamina, el ácido lisérgico, varias de los cuales la farmacracia vendería luego como drogas legales2) para frenar el creciente malestar en la población. Los conciertos de rock, concebidos como un medio de reclutamiento masivo para millones, estaban insertos dentro de la contracultura de las drogas, el sexo libre y un moderno culto a Dionisos, sin que los propios jóvenes sean conscientes de ello3.


Mientras esto sucedía en el mal llamado Occidente, ¿qué pasaba en el Perú?

Primeras aproximaciones a la escena rockera en el Perú (¿O en Lima?)

Conozco sólo dos aproximaciones al rock nativo, intentadas por unos pocos autores: Pedro Cornejo Guinassi (Alta tensión, los cortocircuitos del rock peruano) y Arturo Vigil, Diego García Hildebrandt, Luis Berrocal y Hugo Lévano (fanzine Sótano Beat). Asimismo, la movida subte ochentera ha sido abordada desde diferentes puntos de vista en por lo menos tres novelas, Incendiar la Ciudad, Generación Coche Bomba y La Ciudad de los Culpables. Parece ser que la literatura peruana recién deja de considerar territorio vedado a aquél movimiento henchido de rabia y protesta, autodenominado rock subterráneo, en parte debido a que su historia y las contradicciones propias de todo movimiento autogestionario son todavía poco conocidas.

Más allá de lo que pretendía el Mario Bunge, cuando afirmó soberbiamente que “los rockeros no tienen educación musical, no se han sometido a la disciplina del aprendizaje de la música. Mucho de ellos tienen mucho oído pero, dicho sea de paso, el oído de los rockeros decae muy rápidamente porque tocan música a todo volumen tal que aquel se destruye. Para mí, el rock es la negación de la música”, creo que el rock es la manifestación musical más beligerante por su sonido, su propuesta (cuando es auténtica) y su origen.

El rock nacional (con perdón, pues el rock en el Perú jamás ha tenido alcance nacional) ha tenido dos grandes momentos: el primero, que va de fines de los cincuenta hasta los primeros años setenta y, luego de un prolongado paréntesis, un segundo momento que abarca desde el 1983 hasta 1992, año del autogolpe fujimontesinista. Algunos consideran que a partir de los noventa se gesta un nuevo movimiento rockero nacional con características muy particulares, insertado —parcialmente y con poco éxito— en el mercado gracias a la globoidiotización, pero ese pretendido tercer momento de la escena rockera no será abordado en este artículo.

Pese a haber experimentado un cierto avance sobre todo en el aspecto técnico —gracias al producto chino— y musical —gracias a la difusión e inclusión en los rankings radiales—, las bandas surgidas en Lima desde los 90 hacia adelante no han logrado consolidar una propuesta concreta, un estilo musical propio y mucho menos han gestado un eje alrededor del cual pueda aglutinarse una juventud sumergida en el Facebook, los programas concurso, la tecnocumbia y los vídeos hipnóticos de la MTV, tal como ocurrió en los setenta con la música popular uruguaya (la canción-poema Milonga de Pelo Largo, en versión rocanrol de El Dino de Los Gatos o en la estremecedora voz de Alfredo Zitarrosa y el Candombe del Olvido del propio Zitarrosa) que sí tuvo repercusión nacional (pero también internacional) y sin ir muy atrás, el mismo rock uruguayo de los ochenta, con bandas como Los Tontos, Los Estómagos, Los Traidores o La Tabaré River Rock. Con esto no quiero decir que no hayan surgido grupos notables en el país durante estos años. La que parece fantasmagórica es la propuesta y la originalidad en algún aspecto de su oficio.

Esa moda por cierta minúscula vertiente de rock “nacional” de la última década obedecería de alguna forma al nacionalismo burgués tardío que han acuñado astutamente las frases Cómprale al Perú, estamos mejor, Marca Perú y que al igual que con la gastronomía, se ve obligado a apostar por el producto nacional, ante el cercamiento de las oligarquías extranjeras y las transnacionales —y en el caso particular de la industria musical, por un fenómeno muy peruano, la piratería, que llega a cifras casi absolutas, 99%—, fomentando incluso una contracultura complaciente y desenfadada, útil a los intereses del sistema. Esa contracultura (llámese punk, postpunk, grunge, metal, grindcore, noise) que hoy se ha enseñoreado astutamente en el mundo como cultura dominante, merced a la MTV y Sony Entertainment, apunta directamente al cerebro de una masa de jóvenes iletrados, frágiles mentales, neuróticos, desnutridos y frustrados4 que prefieren sentir antes que razonar. Y este trabajo de zapa viene desde los 60.

Entonces, ¿qué es lo que sucedió en el Perú para que una incipiente escena como la que se perfilaba en los sesenta, decayese?, es decir, ¿Quién o qué mató aquella primera escena rockera en el país? Más allá de buscar cabezas de turco, deberíamos intentar contextualizar aquél primer movimiento roquero del país, política, social y culturalmente. Veamos:



Contexto social y político de la primera escena rockera

El Perú en 1957 salía de una dictadura. En 1956 acaba el ochenio odriísta (Odría dio un golpe de estado a Bustamante y Rivero) dejando una estela de total ausencia de libertades políticas y una sistemática represión a sus opositores, inmovilización social y una corrupción increíble, superada sólo por la que se vivió durante el fujimorato y el alanismo. Manuel Pardo asumía el gobierno imponiendo una serie de medidas represoras para enfrentar la crisis, encontrando como respuesta huelgas, marchas e inflación, generando una inestabilidad económica que se tradujo en inestabilidad política. Los cincuenta serán recordados como los años en los que se hicieron patentes las contradicciones en el Perú: sector urbano vs sector rural; capital nacional vs capital extranjero; oligarquía vs pueblo, traición vs gesto heroico. En los primeros 60 ocurre la traición histórica del APRA, cuando celebran la vergonzosa coalición con la Unión Nacional Odriista (UNO), que los había masacrado una década antes, para escarnio de los apristas procedentes del anarco-sindicalismo quienes ofrendaron sus vidas y sufrieron persecución, cárcel y tortura. Once gabinetes ministeriales del primer gobierno de Belaúnde fueron censurados por esta ignominiosa alianza APRA-UNO, tornando el país “ingobernable”. El argumento increíble y cínico con el que los líderes apristas intentaron justificar su perfidia frente a la masa que les había respaldado fue que Odría había obtenido medio millón de votos y esa voluntad popular había que respetarla, sin reparar en coincidencias programáticas, que si las tenía el APRA con la oligarquía, ahora como en los 60.

No obstante, si uno conversa con cualquier peruano que pase los sesenta años y posea escasa conciencia
política, el recuerdo que éste tiene del ochenio es el de una época de bonanza. El francotirador Macera afirmó que el ochenio constituyó los años dorados de la clase media, hoy casi inexistente. Los profesores y empleados estatales podían comprar auto nuevo y casa tras unos años de trabajo y ahorro. Las ciudades se inundaron de edificios y de grandes obras públicas y se inició un cierto proceso de industrialización. Paralelamente comienza el llamado desborde popular y empieza la irrupción de los “pueblos jóvenes” en las principales ciudades del país. La tasa migratoria campo/ciudad se incrementó en esos años en un 183% (1940-1960) y es la época en la que se enseñoreó un tipo de personaje recurrente en la historia del Perú, el delincuente Alejandro Esparza Zañartu, ancestro político del criminal Vladimiro Montesinos. A nivel continental es la época de la patria grande y la CEPAL, y del boom impagable de la deuda externa que pasa a ser eterna. El Estado peruano adopta una posición liberal con el fin de captar la mayor cantidad de inversión norteamericana, de tal forma que la inversión gringa en el país estuvo por encima del promedio latinoamericano. Las exportaciones crecieron de manera constante desde un 6% en el 48 hasta un 21% en el 62, con productos bandera como la harina de anchoveta y los minerales (Cu, Pb, Zn, Fe), la caña de azúcar y el algodón, cuyas ventas se elevaron gracias a la guerra de Corea.

Pero ésta es también la época de la revolución cubana (1959), el inicio del hippismo y la denominada “contracultura”, las drogas y la psicodelia. A fines de la década, bajan los precios internacionales de las materias primas y se inicia la debacle, a tal punto que la famosa tasa de crecimiento anual bajó de 18 a 3%. Es así que a fines de los 50 se evidencian todos los problemas que el Perú había acumulado a lo largo del siglo. Se depredó la anchoveta, no había petróleo, no había infraestructura para seguir sembrando algodón y caña de azúcar. Sólo quedaba el cobre mientras el país hervía por dentro con la guerrillas del MIR y la toma de tierras en la sierra sur. Un militante aprista expulsado, Luis de la Puente Uceda, formaría el APRA Rebelde y posteriormente el Movimiento de Izquierda Revolucionaria. Los grupos de izquierda se radicalizaban y se internaban a la sierra sur, mientras las fuerzas de la derecha formaban la Democracia Cristiana que luego originaría el Partido Popular Cristiano y Acción Popular. En octubre del 68 el general Juan Velasco Alvarado da un golpe de estado al arquitecto Fernando Belaúnde Terry, cuyo gobierno jaqueado por la crisis y cercado por la coalición APRA-UNO y la izquierda radical, había celebrado un escandaloso convenido llamado el Acta de Talara firmado con la International Petroleum Company. La página Once de esta Acta desapareció misteriosamente (supuestamente en ella estaban consignadas las cifras que resumían un convenio lesivo para el país) y fue la excusa perfecta para que los militares inicien un gobierno de facto.

Es este ambiente convulso e inestable el que alumbra a la primera hornada de rock en el Perú. Muy ligados a las gentes urbanas de distritos clasemedieros, estos grupos primigenios cantaban exclusivamente en inglés (Los Millonarios del Jazz, 1957, y su disco debut Rock with us) y pertenecían a las clases usufructuarias de ese iluso desarrollismo del ochenio odriísta. Los sustantivos filoanglosajones con que se bautizaban decían por sí solos: Yorks, Shains, Saicos (pioneros del punk), Zanys, Holys, Termits, Jaguars (Melodía Apache, es un instrumental de hermosa composición emparentada a mi modo de ver con la primigenia cumbia peruana), con una sola excepción en cuanto al apelativo, Los Incas Modernos (1963) del Callao, un grupo de adolescentes que tuvo la osadía de grabar Umahuaqueña en versión rock. Aparece también el movimiento nuevaolero con grupos como Los Doltons y los formidables Belkings, entre otros. Más adelante vinieron bandas influenciadas tardíamente por el heavy y la psicodelia como Tarkus, Lagonia, We all together, Traffic sound, los Mads, los Holys, Telegraph avenue, El Polen (primer grupo en Latinoamérica que fusiona en un LP el rock con la música tradicional, tal como luego lo harían Del Pueblo y otros más), El Opio, El Álamo, Pax, El Humo.

Estos grupos tocaban en las famosas matinales en los flamantes cines de la época, en actuaciones escolares y la salsa era todavía inexistente. Pero, ¿Cuál era su canto? Hay por allí quienes dicen que el canto de los rockers peruanos del 60 constituye el canto de cisne de una clase media venida a mierda, una clase que nunca más volvería a ser la misma, una clase media desentendida de los problemas reales de una patria que les quedó demasiado grande.

Repreguntamos entonces, ¿Quién asesinó esta primigenia movida roquera sesentera peruana? ¿Sólo el nacionalismo antiimperialista (sic) de Velasco y la prohibición de las matinales en 1969? Lo dudo. Muchos factores confluyeron para que ello ocurra. No quiero dictaminar ni mucho menos, pero me arriesgaría a afirmar que varios de estos grupos de rock fueron sobrevalorados en su propuesta estética y se erigieron en baluartes de una época que debe urgentemente revisarse de manera objetiva, con el fin de abrir una grieta en el muro de una verdad que los caleteros pretenden intocable.

Coincido plenamente con el poeta y bajista de Distorsión Ácida, Rodolfo Ybarra, en que existe una estela de iconicidad y cierto misticismo que debe profanarse y que, muy aparte de Velasco, factores como la migración, la terrible crisis económica y la irrupción fundamental de la cumbia peruana, están todos íntimamente relacionados a esta debacle de la primera movida rockera que nunca fue nacional.

Muy aparte de la escasa dimensión comercial de un rocanrol clasemediero en un país que empezaba a reconfigurarse merced a la migración y la energía andinas, postularía que esa primera escena rockera desapareció en parte debido a ella misma: se autodestruyó por su indecisión e inestabilidad propias de una extracción pequeño burguesa, ambivalente, individualista y temerosa del cambio, frente a un país fragmentado y en plena ebullición y ofensiva, cuya compleja realidad no se reflejaba ni por asomo en la temática ni el estilo musical de los rockers del sesenta.



Irrupción de la cumbia peruana

En el interregno que va de los setenta a los ochenta, alcanza su apogeo un amplio movimiento musical denominado cumbia peruana, un género que acrisola cumbia colombiana, huayno, salsa, rock, guaracha y otros ritmos y que venía gestándose desde los sesenta en pequeños valles pescadores-agrícolas de la costa central (Paramonga y Huacho, Huaral y Barranca, algunas zonas conurbanas de Lima). Este híbrido despreciado campantemente y motejado como chicha por la estolidez de los estamentos criollos, logra constituirse en el estilo musical de mayor arraigo popular en el Perú.

Diferentes músicos de los sesenta han referido a Arturo Vigil y Diego García Hildebrandt (Fanzine Sotano Beat), que por las mañanas tocaban en las matinales (fenecidos cines Colon, Excelsior, Metro, San Martín) y por las tardes se iban a las primigenias barriadas o los coliseos, para hacer cumbia con grupos como Los Ecos, Melodía, Los Ilusionistas, Los Destellos, Los Diablos Rojos, Los Orientales (Lobos al escape, Melaza o la Danza del Mono, son melodías de antología, cumbias instrumentales deliciosamente originales, muy parecidas en concepción y hechura a lo que hacían los Jaguars y Los Belkings, por ejemplo), etc. ¿Alguien ha sopesado el efecto cumbia/migración para la desaparición de aquella primera escena rockera en el país?¿Pudo lograr la primera escena rockera ese achoramiento elegante de la primera cumbia peruana? ¿Y la penetración de la salsa por el puerto del Callao? ¿Y la balada peruana, Michel, Raúl Vásquez, Homero? ¿Y esos trovadores venidos de los Andes y la Selva y que reconfiguraron desde los coliseos el panorama musical, como el Jilguero del Huascarán, Picaflor de los Andes, Pastorita Huaracina, el Indio Mayta, Jibarito de la Selva? Son preguntas que lanzo al viento con la esperanza de que sean respondidas por gentes más entendidas en el asunto.

Si Lima es andina, si nuestra matriz cultural es fundamentalmente andina, si la música más popular es la tropical-andina hoy travestida de puticumbia, ¿Por qué no retomar aquella herencia de Los Orientales, Los Ecos, Los Diablos Rojos, Los Destellos, El Polen, Los Saicos, el folklore peruano, la música de las comunidades campesinas, la actitud de la movida ochentera, matizando con lo moderno, tal como lo han hecho La Sarita y Los Mojarras, a pesar del fujimorismo indecente y culposo de ambos?

Ya nuestro Camarón de la Isla andino, Hernán “Cachuca” Condori, demostró que es posible cantar con voz propia y desde nuestra realidad, no solamente penas de amor y lances de cachería, para ser escuchado con atención y deleite. Que se abran mil flores y florezcan cien escuelas de pensamiento, acuñó Mao Tse Tung para animar a la juventud roja a superar la ignorancia y la injusticia históricas de China. La afirmación sería totalmente válida para el Perú, pero como praxis y no como discurso. Lo que tengo claro es que la división de la música en géneros sólo tiene un valor práctico como lo evidencian aquellos rockeros/nuevaoleros sesenteros que no se hicieron problemas para cruzar hacia la vereda tropical de la cumbia peruana, todo un ejemplo de tolerancia para aquellos puristas de hoy en día.


La Movida Subterránea

Como ave fénix que renace de sus cenizas, en los 80, esa primera escena roquera nativa, revive. Y revive repotenciada, politizada y rebelde. Frente a una anémica corriente pop/rock comercial privilegiada por las radios (Frágil, Hielo, Pax, Chachi Luján, Féiser ¬—de un sujeto escupible como el tal Álamo Pérez Luna—, Dudó, Imágenes, Río, Arena Hash y un olvidable etc.), aparece un grupo de muchachos de diferentes barrios de Lima con una propuesta que no se queda en lo musical, ni siquiera coquetea con ese enfado juvenil de soy rebelde porque el mundo me hizo así que tanto gusta a las disqueras, si no que propone protesta y subversión de los valores de una moral decadente y corrupta, como la que se evidenciaba en aquellos inaugurales años del primer gobierno aprista.


Contexto social y político de la segunda escena rockera nacional

A manera de contextualización histórico-política de la época, veamos a la volada —para evitar arcadas— algunos recuerdos inolvidables del primer gobierno aprista: creación del comando paramilitar Rodrigo Franco por Agustín Mantilla, encargado de asesinar a dirigentes sindicales y populares; la masacre de los penales de 1986, las cuantiosas sumas de dinero malversadas en el famosísimo tren eléctrico, los millones de dólares MUC derrochados con sus socios, los Doce Apóstoles; el caso Zanati, los Mirage, la venta irregular de acciones de la deuda externa a cargo de Luis Alva Castro, la carne podrida importada por Remigio Morales Bermúdez, la hiperinflación y el saqueo del erario público, el paquetazo de Salinas en el 88, el más absoluto copamiento y el manejo corporativo del Estado por parte de la maquinaria aprista de aquél entonces.

En 1990, en medio de esta podre, asume el poder un criminal de origen japonés, Kenya Fujimori, con el objetivo de reinsertar la economía peruana en el sistema financiero internacional, eliminar la hiperinflación generada por la macrocorrupción y la incompetencia del aprismo y pacificar el país. Para ello realizó reformas estructurales (privatizaciones), liberalizó el comercio exterior y desreguló el mercado interno: redujo los aranceles a las importaciones, eliminó prohibiciones y restricciones a las importaciones, simplificó los trámites para las exportaciones e importaciones y eliminó los impuestos a esas mismas importaciones. El tipo de cambio lo empezó a determinar el mercado y no el BCR, que se convirtió en una institución títere. En agosto de 1990 Fujimori decreta el shock económico y el país reorienta su “estrategia de desarrollo” hacia el liberalismo basado en la economía de mercado, la propiedad privada de los medios de producción y la nula injerencia del Estado en los asuntos económicos, todo salpimentado por la más increíble corrupción política de la que se tenga memoria.

Así, se logra reinsertar al país en el sistema financiero mundial. Paralelamente se pacifica el país, pues se logra la captura de los líderes subversivos en el 92-93 y la desaparición/muerte/tortura de más de SETENTA MIL peruanos, principalmente mujeres, niños y quechua-hablantes originarios de la sierra, la selva y las barriadas de las ciudades costeras.


¿Qué podían entonces cantar los rockers en aquellas épocas? ¿Resultaba lícito seguirle cantando al amor, el sexo y las emociones clandestinas, la buena mesa y los colores del arcoiris o hundirse en el escepticismo y nihilismo?


Irrupción del Movimiento Subterráneo

Es en estas condiciones en que irrumpe el Movimiento Subterráneo, englobando el punk, post punk, folk, hardcore y metal. Grupos como Narcosis, Leusemia, Eutanasia, Excomulgados, Guerrilla Urbana, Éxodo, Autopsia, Sociedad de Mierda, Zcuela Cerrada, Flema, María T-Ta, Eructo Maldonado, Voz Propia, Héroe Inocente, el hardcore de Ataque Frontal, G-3 y Ellos aún viven, Q.E.P.D. Carreño, la fusión de Del Pueblo y su líder Piero Bustos quien junto con el Negro Acosta logran combinar magistralmente nuestra herencia tradicional con los sonidos modernos, en una época en la cual si el rock no era en inglés o en argentino, no era (en el último disco de Del Pueblo, de pronta aparición, el grupo ha grabado una canción del inmortal Jilguero del Huascarán con arreglos en rock), los líricos Salón Dadá y Sor Obscena, el dark de Lima Trece, Cardenales, el metal de Masacre, Mazo, Kranium, Hadez, etc., con títulos como Sucio Policía, Dónde está el presidente, Odio Social, Al colegio no voy más, Ésta es la democracia, Destruir, Diarrea, Demolición, Púdrete pituco, Hacia las Cárceles, de Canto Grande a la Ciudad, La rebelión se justifica, Yo no quiero estudiar, zarandean una Lima acostumbrada a un rock apelmazado, tardío y elitista, al pop fresa que diseminaba Panamericana y Once Sesenta y a la dictadura de los rankings Billboard de EU.

La gran mayoría de grupos subtes que surgen a partir de la segunda mitad de los ochenta propugnan la autogestión y un anarquismo basado en el asco al abierto revisionismo y traición de los atomizados partidos izquierdistas. Esto se lleva a la práctica: Instrumentos musicales reciclados, reconvertidos de la cocina familiar, cachineados o prestados; cintas de casete de audio llamadas maquetas, concebidas artesanalmente por los propios músicos, grabadas muchas veces en directo desde la misma sala de ensayos (Fílderes en Ingeniería, Pancho Muller en Chacra Ríos, cualquier garaje o azotea de alguno de los integrantes) y vendidas mano a mano en los conciertos o ambulatoriamente (Av. La Colmena, la Nave de los Prófugos, universidades), todo bajo los lemas, “hazlo tú mismo” y “piratea y difunde”; conciertos autogestionarios en garajes, peñas, garitos, asentamientos humanos o paraninfos universitarios prestados por escaso tiempo, en los cuales echar al viento su copla politizada y llena de justificada cólera.

El Movimiento Subterráneo estaba integrado por jóvenes (fundamentalmente hombres, las mujeres podían contarse con los dedos de una mano, en ese sentido fue un movimiento machista, pues incluso se sabe de anécdotas muy particulares respecto a la manifiesta homosexualidad de alguno de sus integrantes, caso de Cocó Cielo) procedentes de las zonas más encontradas de Lima. Convivían por algunas horas muchachos de los conos alejados de la ciudad (San Juan de Miraflores, Comas, San Juan de Lurigancho, Villa El Salvador) con jóvenes oriundos de La Molina, Surco, Barranco o Miraflores, cuya vida escolar había discurrido en los predios de La Inmaculada, el Humboldt o Los Reyes Rojos. Muchos de estos jóvenes privilegiados ni siquiera conocían la Plaza Dos de Mayo o la Av. Próceres de la Independencia y su conocimiento del país a través de Lima se reducía a lo que dictaban los programas dominicales nocturnos. Los antagonismos eran insalvables. Mientras los primeros llegaban a los conciertos a pata, muchas veces con el estómago y los bolsillos vacíos, luego de trabajar 12 horas en alguna fábrica en proceso de quiebra, los segundos llegaban en poderosas off-road en las que transportaban sus instrumentos musicales, baterías, bajos, guitarras y teclados, todos de la mejor factura y el mayor costo.

En pleno concierto, las diferencias también eran notorias, al igual que en las etnolevas que hacía el ejército por aquellos años: para un lado los denominados pitupunks (chiquillos rosados y blondos que antes del concierto iban a la peluquería para ostentar un mohicano erecto y si era verde mejor aún, mantenidos de papá, con un futuro probablemente asegurado en la empresa del padre o de los amigos del padre, contradicción muy bien ejemplarizada en esa inmortal canción de Sociedad de Mierda, Púdrete pituco), hacia otro lado, los misiopunks, muchachos de los extramuros de la ciudad, hijos de campesinos proletarizados u obreros, ambulantes o profesionales empobrecidos por la hiperinflación aprista, muchachos de piel limpiamente peruana armados sólo con chancabuques y la palabra anarquista, lectores de Bakunin, Malatesta y Durruti, pletóricos de cólera, cubriendo con casacas de cuero negro y reseco su descontento de todo y de todos.

A esto se sumaba el antagonismo entre quienes defendían la opción de ser un movimiento honesto, basado en la creatividad y la autogestión, versus la absorción por el aparato masmediático mercantil, las modas y la industria discográfica y, aunque parezca increíble, la neomarginación dentro del propio movimiento debido a la radicalidad de la propuesta, la orientación de género y el racismo inherente a un país fraccionado. A todos los antagonismos mencionados, se añadió el de la violencia política.



Aparición de la insurgencia armada


Fue Kant quien afirmó que el hombre no puede saltar sobre su propia sombra. Así, hacia fines de los 80 el Movimiento Subterráneo sucumbe frente a una realidad histórica que le sobrepasa: la irrupción de la guerrilla del Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso y del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru en las zonas urbanas y la periferia de Lima.

Podríamos establecer cierto paralelismo entre el movimiento subterráneo peruano y las comunidades campesinas de la sierra. Es lugar común escuchar decir incluso a intelectuales que los comuneros se encontraban atrapados entre dos fuegos y que los movimientos insurgentes impusieron una ideología extraña a su sistema de poder tradicional. Pero, ¿acaso alguna vez nos hemos preguntado si los miembros de dichas comunidades estaban contentos con el sistema de poder tradicional pre- existente? Tan sólo en Ayacucho, antes del inicio de la denominada lucha armada, se registran cientos de rebeliones y levantamientos campesinos producto de lucha de clases a lo largo de 300 años.

De la misma manera, el movimiento subterráneo irrumpe en la escena limeña, con una característica fundamental: rabia, frustración, deseo de destruirlo todo para comenzar de nuevo y un descontento absoluto frente a una realidad purulenta. Este desengaño encontró en el discurso disolvente de los grupos alzados en armas, una alternativa por la cual canalizar sus energías. Aún cuando resulte cruel decirlo, los sujetos rebeldes no se plantearon en serio una pregunta que podría sacarlos de una indecisión frente a los hechos que se sucedían, sobre todo cuando los actores directos de la guerra empiezan a utilizar métodos coercitivos, frente a los cuales las posiciones anarquistas equivalían a ser franco enemigo de un estado oligárquico y colonial.

La singularidad (entendida como una parte que no está representada en el todo del corpus social5) inherente al movimiento subterráneo peruano no consiguió ser convencida plenamente por la absolutización de una verdad, la que ofrecían los alzados en armas. Frente a los anhelos de purismo de una corriente juvenil, debe quedar claro que el Movimiento Subterráneo no fue una comunidad cerrada e ideal, por el contrario, estuvo plagado de antagonismos, por eso precisamente es que los alzados en armas pudieron penetrar en ella a través de un discurso que logró articular parcialmente su singularidad, provocando su rápida disolución o, para quienes saltaban la valla, su ingreso a la vorágine de la guerra interna.

Este Movimiento surge y muere en Lima pues su extensión hacia otras ciudades del país fue mínima: una muestra más del atroz centralismo que agobia nuestra patria. Ni en Juliaca, ni en el Bajo Piura, ni en Yurimaguas, Cutervo o Bagua Grande, jamás oyeron hablar del rock subterráneo, un movimiento fundamentalmente de jóvenes urbanitas y rebeldes de la capital. Una excepción fue quizá Ayacucho —en donde según me refiere Carlos Vergara, biólogo sanmarquino, aguerrido subte de la época y hoy tristemente Director de Acuicultura del Imarpe — podían adquirirse y escucharse las maquetas subtes.

Sin embargo, este Movimiento si ha sido trascendente en el tiempo, pues las preguntas formuladas en aquella época —así como la etiología de los males que agobian al país— y la actitud protestataria y subversiva de los valores de una sociedad enferma siguen en pie todavía. Fue toda una generación que debió decidir frente al desempleo, la macrocorrupción y la crisis económica, alinearse con el sistema o luchar contra él, de tal manera que varios integrantes de los grupos terminaron presos —algunos de por vida—, muertos o perseguidos, pues no a todos les bastaron los gritos destemplados en los conciertos de la Helden, la Jato Hardcore o las universidades.

Si tuviera que elegir una banda sonora, un soundtrack cruel pero entrañable, para una época violenta como fueron los 80, diría que esa es la del Movimiento Subterráneo: un movimiento que hizo de su guitarra una cuchilla andante y que demostró que a la cultura burguesa no se la derrota cantando zonceras para el consumismo de una sociedad envilecida, no se la derrota con giras de sexo y drogas, además son necesarias ideas y acciones.

Quizá sin esta música repelente a las orejas bienpensantes hubiese resultado imposible a la juventud, manifestar su repudio a la degeneración que se inició con el primer gobierno aprista, esa suciedad que se impuso desde las altas esferas del poder político en complicidad con la clase militar, empresarial, eclesiástica, los medios de comunicación y todos los poderes establecidos, ante la pasividad y concesión de buena parte del pueblo engañado, ese rebaño servil que elige cada cinco años al nuevo ladrón o traidor que le oprimirá el pescuezo.


Colofón

Pergeñar estas líneas me ha valido la hostilidad de algunas viejas… almas rockeras. Ataviadas cual teenagers californianas han desempolvado sus peluquines añosos, se han enfundado en sus jeans batik acampanados, han cosido las apolilladas blusas oblongas de algodón orgánico, se han puesto la vincha de cuero, los collarones indie, los brazaletes cusqueños y las sandalias hippies. Estas groupies rancias me han enviado correos injuriantes y han jurado desprestigiar mi labor literaria, henchidas de rabia y despecho. Tal pareciera que han nacido en Inglaterra y conocen más de las calles y costumbres de Liverpool que las de su propio país: incapaces de disfrutar un buen huayno o bailar una cumbia achorada, las interfectas han terminado pinchando alfileres sobre mi foto, vociferando hepáticas, maldito chichero, pero quién te crees tú para rajar de los Beatles. En fin, sólo espero que la rabieta se les pase y reflexionen sobre un tema que atañe a la industria de la música más que a la música misma, que incumbe más a esa dolencia genérica de consumidor compulsivo (homo eligens decretado por la sociedad de consumo6) que a verdadero aficionado al rock, quizá el ritmo musical con el lenguaje más universal y permeable que haya existido.

Carlos Vecco R., oriundo de La Perla de los Andes y Director del Patronato de Ciencias y Cultura del Perú, solía burlarse diciendo que en el fondo —pero no muy en el fondo, recalcaba— los subterráneos eran lo mismo que los chicheros que cantaban en la Carpa Grau y las playas de estacionamiento del jirón Lampa los días domingos por los años ochenta. La diferencia sólo residía en que los primeros gritaban su rabia y su descontento pero igual se emborrachaban hasta el vómito, mientras que los chicheros no tenían propuesta ni conciencia política y su única ambición era chambear de lunes a domingo como burritos, progresar a toda costa y los domingos por la tarde emborracharse y lamentar su suerte. Al final ambos derrochaban energía: su actitud frente al poder no era resuelta, dudaban y se autoliquidaban con alcohol e inconsciencia. El sistema se fortalecía pues había logrado reducir a cero la protesta o la había absorbido, reciclado y la utilizaba para sus propios fines.

1 Richard Warren, Lipack, Epoch Moments and Secrets: John Lennon and the Beatles as the mirror of man’s destiny. Barrister Books. 1º Ed. Londres, 1996.

2 Antonio Escohotado, Historia General de las Drogas. Espasa-Calpe SA. 1º Ed. Madrid, 2008.

3 Daniel Estulin, Los Secretos del Club Bildelberg. Editorial Planeta S.A. 1º Ed. Barcelona, 2006.

4 Instituto Nacional de Estadística e Informática. Encuesta Demográfica y de Salud Familiar/Índices de Desnutrición Crónica, 1996.

Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Informe del Programa de Medición de Calidad de Educación en el Perú, 2001. Determinó que por lo menos 54% de los alumnos peruanos eran analfabetos funcionales, es decir, no lograban comprender el sentido elemental de los textos que leían.

Ministerio de Educación del Perú, Evaluación de comprensión de textos escritos en el marco de la Evaluación Censal a Estudiantes de Primaria, Secundaria y a Docentes. 2007.

5 Juan Carlos Ubilluz/Victor Vich/ Alexandra Hibbett. Contra el Sueño de los Justos. Instituto de Estudios Peruanos. 1º Ed. Lima, 2009.

6 Zygmunt Bauman, Vida de Consumo. Fondo de Cultura Económica, 1º Ed. Buenos Aires, 2007.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

A ver, una precision. El numero de muertos que das no fueron responsabilidad total del gobierno. Dicho numero (que supongo lo has tomado de la CVR) corresponde al total de muertos del 80 al 92. Segun la misma CVR, el responsable del 54% de ellas fue Sendero, dirigido por el "intelectual" (segun tu) Abimael Guzman. El estado es responsable del 37% (o sea 26 mil personas, sigo con datos de la CVR), pero obviamente, eso incluye a los gobiernos de Belaunde y Garcia, con lo cual el numero de muertes de las cuales Fujimori es responsable es mucho menor. Si la mayoria fueron mujeres o niños, no lo se, aunque si pensamos en Lucanamarca ("obra" de Guzman), pues es posible. Me sorprende que seas tan detallado para poner cosas que no vienen al caso, como la homosexualidad de Brian Epstein, y cometas ese descuido en los numeros, no se si intencionado o no. No es mi intencion exculpar a Fujimori, por cierto, sino destacar la responsabilidad de Guzman.

Anonimo 1

Anónimo dijo...

No me atrevería a dar porcentajes en cuanto a quién correspondieron más o menos muertos en la masacre interna cometida por las fuerzas del desorden y los insurrectos.

Repito lo que dije hace un tiempo: Guzmán es un intelectual, pero a la vez fue un arrugón que cayó como un minino viejo.

Y no exculpo a SL de las matanzas que realizó, como tampoco a Belaúnde y mucho menos García.

Quien terminó de desgraciar el país fue el delincuente japonés Kenya Fujimori.

El rock, como cualquier otra manifestación artística, no puede desligarse de su contexto socio-politico y económico.

Rafael Inocente