viernes, 4 de julio de 2014

AGUAS OSCURAS DEL SUEÑO, POEMARIO DE JOE MONTESINOS ILLESCA



Aguas oscuras del sueño (AOS) es el segundo poemario de Joe Montesinos Illesca, posterior al Guardián de acantilados (2010). En esta ocasión, el autor nos traslada al Leteo de la poesía, ese oscuro mar que esperan cruzar los vates para salvar su voz o su palabra; pero no es el final del camino donde aguarda la salvación, sino el trayecto, la ruta, en los que la incertidumbre filosófica nos va entregando los detalles de esta gesta que es también, de alguna manera, la escritura de este libro y la expiación del logos griego o el verbum romano: “El lobo ha perdido el pelaje/el cielo es una calavera risueña/el mar se abre de nuevo y salva a los niños/cuántos dedos bajo la tierra se acarician/cuánta araña enrolla cabezas/cuánto bastón queda solo/cuanta calambre en el óleo que los cisnes/se han petrificado en la garganta/que esta voz anuncia” (pág. 17).
En AOS hay un itinerario por cumplir tras atravesar el-mar-que-es-el-sufrir y, luego de las penitencias y los naufragios, se arriba a tierra firme, pero en ella la estabilidad es un albur; por ello se presenta la imagen de la isla, un lugar de descanso en el derrotero de tormentas y una metáfora de la fragilidad y los abismos que aguardan a la vida o a los que andan en el limbo: “Enlazas el canto a la isla/y el pez te lanza las espinas/de niño perdiste los dientes y te culparon por brujo/tienes la edad del fuego/viajas de gota en gota/congelas chubascos/contemplas corazones agusanados” (pág. 28).
Luego vendrán los destierros voluntarios o involuntarios, donde los “paisajes nocturnos” son el clochard que paralogiza mientras se pregunta: “¿Qué hay en mi cuerpo cuando duerme y se asfixia en la tierra si mi mano es una rama que se enreda a los manglares y por qué al árbol nadie le da un sombrero?” o “el caracol que se retuerce en su espuma” y del cual brota una aseveración como un latigazo: “mi deseo de ser escritor es como un puercoespín”, o el fantástico “jinete de hipocampos”: “Pero acaso el río se ha dado la vuelta al final del camino y me ha dejado sin sombrero, sin piel, sin manzana, sin violín, sin memoria; pero aún tengo un mapa agujereado, una pecera de medusas, fantasmas danzando en los ojos, espuma de acuarela, una cítara, crustáceos compañeros, cabeza de gaviota y un jinete de hipocampos” (pág. 58).
Es meritorio este esfuerzo por retomar a la poesía mística, la que se alimenta de mitos y leyendas o concepciones del mundo cuando ya las teorías amenazan con extinguirse, la filosofía se convierte en especulación pura y la historia se devora a sí misma, quizás porque nadie se ha puesto de acuerdo en que el hombre es en tanto produce belleza y se cuestiona su raison d'etre, todo bajo la regencia de lo efímero, lo pasajero, la estela inevitable de la muerte y donde se escribe con la idea de estar palpando la vida, de estar sintiendo que se vive: “Ánimo cadáver/deja tu barba evaporarse en la niebla/suelta la manzana y ven a navegar a los ríos/cruza el monte y besa la tierra/cuídate de la tormenta y de la luna/silba y abre los ojos calavera/échate tiernamente en la hoguera/porque allí el mundo abrirá al fin su boca/y vomitará las angustias, los salmos,/dirás moribundo,/qué hermosa es la vida/y este árbol de cierzo/ya no respira/solo tiene zapatos viejos/cantimplora vacía/y la cara de un poeta” (pág. 23).
Finalmente, es necesario resaltar que las AOS son todas las elucubraciones oníricas de un espíritu errante que se metamorfosea en barquero (¿Aqueronte?), en pasajero, atrevido argonauta, o en testigo de sus propios pasos, cual desterrado al que se le entrega una ostra para que pueda sobrevivir en el desierto y ¿acaso el mar, en su majestuosa inmensidad, no es una forma de desierto? (“Ánimo cadáver/deja tu barba evaporarse en la niebla/suelta la manzana y ven a navegar a los ríos”); lar en el que el adalid lucha por no ahogarse, por mantener la respiración y la pulsión del verso, y por dejar en claro que el poeta se hace cargo de su destino, ya sea con conocimiento, ensueño o pensamiento, casi como un monólogo interior o palabras que se dicen para sí mismo, pero que, al decirlas, también encuentran eco y permanecen a flote, inmarcesibles, como una botella lanzada al mar.



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